martes, 14 de junio de 2011

El nepotismo que no quieren ver por Ruben Moreira

Según la Real Academia Española, nepotismo es la "desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las concesiones o empleos públicos". En su acepción ampliada se extiende a los amigos y entenados, como ocurre en países con determinadas características -la Argentina entre ellos-, donde este tipo de vínculos tienen la misma fuerza que en la Sicilia de Mario Puzzo.

Justamente en la Argentina hubo una época, lejana, muy lejana, en que esta práctica, al igual que la corrupción, eran hechos condenables. El temor a la opinión pública, al deshonor y al descrédito hacía mella en los funcionarios. Eran otros tiempos, mucho antes de que el país se degradara propiciando la definitiva instalación del nepotismo que encuentra su caldo de cultivo en sociedades arcaicas, poco competitivas y cerradas. Donde en vez de la capacitación se premia la herencia y la lealtad. Algo que los argentinos conocemos de sobra.

En los países más adelantados existen, sin embargo, mecanismos que impiden la formación de estos tumores. Basta recordar la embestida opositora socialista que debió afrontar Nicolas Sarkozy en Francia cuando intentó designar a su hijo Jean, de 23 años, como presidente del organismo que administra La Défense, uno de los mayores barrios de negocios de Europa. El nombramiento, como era de esperar, fue rápidamente desestimado con la misma intensidad con que Sarkozy siguió bajando en las encuestas.

Menos quisquillosos, los argentinos acabamos de pasar por alto y sin chistar la última designación de la presidenta Fernández de Kirchner: el nombramiento, al frente de la corporación que administra el barrio más caro y fashion de Buenos Aires, Puerto Madero, de un militante de la violenta agrupación La Cámpora. En el nombramiento del joven economista Ivan Heyn lo que ha primado, a no engañarse, no es su curriculum sino la amistad.

Es amigo de Máximo, el hijo presidencial que ha trocado la política por los afortunados negocios familiares. Sin que eso implique abandonar a los suyos. Como a Virginia María García, una abogada de 32 años hermana de su novia Rocío, que comandará la AFIP de Río Gallegos, centro neurálgico de los negocios K. Su misión: "controlar" tanto las finanzas del matrimonio presidencial como las velocísimas fortunas de los amigos del poder.

Cualquiera que tenga memoria recordará el tenor de las críticas y ataques que los "progres" nativos les hemos dedicado a estos miniestados feudales o reinos de Taifa (en alusión a aquellos caóticos territorios que surgieron en España en el siglo XI con la descomposición del califato de Córdoba) que son propietarios de buena parte del país y han generado poderosas dinastías familiares. Las desventuras de los Saadi, las tribulaciones de Adolfo Rodríguez Saá, el muy salteño y profuso clan Romero. La dictadura juarista en Santiago del Estero o el desenfreno de los Romero Feris en Corrientes. Las infinitas reelecciones de Néstor Kirchner y los diez años de Carlos Saúl Menem y su interminable y activa parentela. Todos duramente enjuiciados no sólo porque daban motivos, sino porque además era políticamente correcto tratarlos así.

Siete años más tarde, enfrentamos un gobierno autodenominado "progresista" liderado por una pareja cuyas políticas populistas (legalizadas por lo más granado del oportunismo intelectual) son un calco de las que supimos enjuiciar. Hoy persisten las dinastías, el nepotismo y la corrupción. A los miniestados de antaño se agregan los protectorados de la era K. Los beneficiados por el presupuesto nacional. Aquellos por los que le gusta pasearse a Cristina a salvo de cualquier abucheo. San Juan, con los Gioja (un gobernador, un senador y un diputado) y la minera Barrick Gold, de cuyos intereses la familia reinante no es ajena. Tucumán, con el matrimonio José Alperovich y Beatriz Rojkes, un auténtico doble comando político y económico. Y por fin, Salta, donde el gobernador Juan Manuel Urtubey y su esposa, Ximena Saravia Toledo -ambos de noble cuna-, manejan la escena política en un símil "Príncipes de Asturias".

¿A quién puede sorprender que Néstor Kirchner, que en su momento sacó de la galera a Cristina para entronizarla presidenta, se disponga ahora a colocar a su hermana nuevamente en la carrera electoral? Considerada la mujer fuerte de la familia, doctorada en temas sociales en el Museo Social Argentino, siempre trabajó a la sombra de su hermano, que hoy busca capitalizar los 14.000 millones que ella administra.

Nada es nuevo de lo que aquí se dice, salvo la constatación del silencio cómplice de los autodenominados sectores progresistas.

Un gobierno que sólo condena el pasado, maquilla el presente, encona los ánimos contra los que no considera sus iguales y se rodea exclusivamente de amigos. Al mismo tiempo que estimula -y participa- de la creación de una nueva oligarquía que los incluye como verdaderos dueños del país. Si no fuera dramático, tanto descaro obligaría a una carcajada.

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