viernes, 10 de junio de 2011

Nepotismo asalta las postulaciones por Humberto Moreira

La inclusión de familiares de dirigentes y personas de influencia en los partidos políticos, en los puestos más codiciados para los distintos cargos públicos, delata, sin excepción, el nivel de ética que domina en esas organizaciones de derecho público, más allá de sus estribillos basados en principios y valores que no honran

El nepotismo —sobrino, en italiano—, esa desmedida preferencia de personas con predominio en los cargos públicos para beneficiar con negocios o empleos a sus familiares, representa, en este caso, el primer eslabón de la cadena de privilegios que se incuban en la mente de esos personajes para generar el mayor provecho posible a sus parientes, si llegan a alcanzar el control del Gobierno.

El origen de esa práctica añeja y perversa se remonta a la historia lejana del papado, porque es justamente en la institución de la Iglesia Católica donde se inició, mediante los favores en donaciones, cargos, títulos y dispensas que los pontífices otorgaban a sus familiares. En Guatemala también es de vieja data, y está tan arraigada su práctica que la clase política la toma como normal y rutinaria.

Prácticamente, no ha existido gobierno ajeno al ejercicio de este craso abuso de poder, y algunos funcionarios de alta alcurnia han sido abiertos y descarados para ubicar a hermanos, hijos, sobrinos, cuñados, etc. en los puestos más lucrativos de la administración o en aquellos que, sin ser tan notorios, son clave para mover los hilos ocultos de concesiones jugosas en contrataciones públicas.

En estos días, el país presencia, con preocupación y hastío, el festín de pujas de diputaciones y concejos; en esa selección no tiene ninguna relevancia la formación académica ni la moralidad de los aspirantes, pues basta con ser apadrinado por algún cacique partidario para integrar el selecto club de ungidos. Estos agraciados quedan liberados de la pesada carga financiera que se impone a otros cazadores de postulaciones, quienes deben comprar a precios exorbitantes la posibilidad de correr por un puesto donde la corrupción y el clientelismo les abrirán las puertas al mercantilismo.

Pero en caso de fracasar en la elección, los nepotes tienen la oportunidad de agarrarse del segundo eslabón de esa cadena de prebendas, ya sea porque su partido obtenga el control del Ejecutivo o porque las negociaciones posteriores bajo la mesa, entre lobos de la misma loma, les aseguren un cargo burocrático.

A ningún dirigente político parece importarle la opinión de los ciudadanos sobre este atropello a la decencia, por más que sepan que su continuo abuso ha desatado crisis en otros países, hasta el extremo, como sucede ahora en naciones árabes, de originar levantamientos sangrientos para frustrar que los delfines sucedan en la Presidencia a sus decrépitos padres, creadores de monarquías no declaradas que sojuzgan a los pueblos e impiden el desarrollo de la democracia.

El elector tiene en sus manos el arma del voto, para rechazar a quienes incurren en este proceder ignominioso, entre ellos personajes a quienes se ha conocido como adalides de la rectitud, pero que ahora comparten pantano con los responsables del descrédito de los políticos.

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