miércoles, 31 de agosto de 2011

Rubén Moreira : Fox y Las adicciones

Por Rubén Moreira

Perder unos pesos por diversión y luego ir a darle duro al trabajo fecundo y creador, seria razonablemente bueno si el juego no fuera una de las actividades más adictivas ni llevara a las personas de carácter endeble a perder el dinero, poco o mucho, que hace falta en su casa.
Porque, los casinos establecidos en México no son los lugares lujosos y exclusivos de Montearlo o Las Vegas; son locales de fácil acceso, ubicados dentro de los núcleos urbanos, donde las amas de casa van a perder el gasto familiar, donde los tahúres van a esquilmar incautos, despojándolos hasta de la camisa, son lugares donde los jóvenes se inician en el camino torcido de las ganancias fáciles.

Los dos emporios más importantes del juego: Montecarlo en Europa y Las Vegas en Estados Unidos, son lugares aislados totalmente del resto de los perímetros urbanos.
Ahí no se va a otra cosas que a gastar y a perder dinero.
Sus clientes favoritos son los multimillonarios para los que dejar en el tapete sumas considerables no tiene ninguna significación.
Mientras pierden un millón de dólares en la ruleta, sus empresa están ganando cinco, o cien.
En ese lugares todo cuesta, porque todo hay que proveerlo de fuera.
La ley que rige es la ley de becerro de oro, aunque, para aliviar consciencias se acepta la presencia de desarrapados que quieren vivir su sueño dorado.

En medio del lujo y del esplendor, florecen las más sórdidas conductas humanas, desde la prostitución, hasta la degradación que provoca la avidez descontrolada.
Son lugares donde no cabe la compasión, la caridad, la solidaridad o el amor.
Todo se compra y se vende caro.
La virtud, las posesiones, la honra, valen tanto como la necesidad de efectivo para seguir jugando, cada vez menos a medida que se acerca el final trágico de la bancarrota y sus consecuencias, siempre faltas de imaginación.

Ese ambiente, esa contaminación, es lo que traen los casinos en México a los lugares donde se asientan.
Por ello, no valen los argumentos de los voceros de los dueños de los garitos: son perniciosos por su naturaleza propia.
Claro que si alguien quiere ir a ellos, pues que con su pan se lo coma, ya lo dice el viejo y conocido refrán: “El que es buey, hasta la coyunda lame”.

Y, hablando de esas cosas, no tiene desperdicio la sandez con la que salió el ex presidente Vicente Fox Quesada, al aconsejar a su sucesor, Felipe Calderón, que decrete una amnistía y se siente a dialogar con los malhechores.
¿La amnistía también cubrirá a Martita Sahagún y sus cachorros y a todos los que durante su régimen de opereta hicieron transa y media en todo el país? ¿Tan pronto se le olvidó que él dejó escapar a el Chapo Guzmán?
Ora se han organizado manifestaciones en contra de Rodrigo Medina, el gobernador de Nuevo León, para pedir su renuncia.
Qué, ¿el dio los permisos para que operara el casino? Qué, ¿su control y vigilancia no son de orden federal? Todo parece indicar que Vicente Fox quiere deslindarse de la responsabilidad histórica que pesa sobre su régimen, en donde todo fue de chunga, al grado de tener que contratar a un payaso con múltiples títulos académicos para que tradujera en la televisión lo que quiso decir y no dijo.

Durante su gobierno, los poderes fácticos y la oligarquía se fortalecieron enormemente y fueron el factor decisivo en la sucesión presidencial, arrebatado al pueblo el derecho constitucional de darse el gobierno que quiere y de cambiarlo si así le parece.
La traición de Fox a México y a los mexicanos es doble, porque llegó arropado en las esperanzas de millones de ciudadanos que creyeron en su discurso de cambio, y salió con su batea de babas.

Calderón es responsable de las lamentables condiciones en que se encuentra el país; pero, también Vicente Fox, porque promocionó y cobijo el fraude electoral.
Que no venga ahora con lecciones de moral, porque en su caso, moral es el árbol que da moras.

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