miércoles, 27 de julio de 2011

Humberto Moreira y Vicente Chaires :

Humberto Moreira y Vicente Chaires

El Blog de Vida en Prodigy MSN con Vale Villa(AFP)

Es la segunda vez que escribo sobre enojo. La primera fue en octubre de 2010. Son tantos los temas relacionados con el enojo, que tal vez podría escribir sobre él hasta una tercera o cuarta vez, porque me parece que es una emoción a la que tenemos fácil acceso, pero que cuando es crónica, excesivamente intensa o cúmulo interminable de enojos diversos, se convierte en un obstáculo para el amor a uno mismo y a los demás.

Lo que tal vez nunca pensamos es que en el cerebro el enojo es una emoción intensa y fugaz. A veces sería cuestión de dejar pasar unos cuantos minutos y tal vez el enojo disminuiría solo o desaparecería. Su expresión tiene que ver con el temperamento, la etapa de desarrollo psicológico, el momento del ciclo vital familiar, la cultura, la clase social, la nacionalidad, la crianza de género. Las mujeres lloran cuando deberían enojarse y los hombres se enojan cuando deberían llorar.

Al igual que el resto de las emociones, el enojo nos permite tener conciencia de nosotros mismos, aunque la diferencia con las demás es que el enojo se siente como irremediable, como si nos tomara por asalto. Frecuentemente, el enojo encubre otras emociones como ansiedad, preocupación, dolor, tristeza, frustración, desconfianza, incertidumbre, culpa, vergüenza, arrepentimiento. Si nos estamos enojando de todo, todo el día, todos los días, probablemente estemos desconectados de muchas otras cosas que nos están pasando que son en realidad tristes, frustrantes o situaciones paralizantes que no hemos sabido cómo resolver.

Nos enojamos cuando ocurre algo que percibimos o interpretamos como una amenaza para nuestra estabilidad, bienestar o seguridad. Podemos interpretar que nosotros mismos somos la causa del enojo, como cuando nos decimos cosas horribles por habernos equivocado, por haber perdido una oportunidad, etc. Los perfeccionistas tienden a enojarse consigo mismos muy a menudo. También los depresivos, que creen que todo lo malo que pasa en el mundo, es su culpa.

También podemos interpretar que los otros son culpables de nuestro enojo, porque nos tratan injustamente, porque no nos valoran, porque nos quieren lastimar. Algunos con tendencia a la paranoia sienten que el mundo los ataca, que todos están en su contra y se la pasan enojándose. Alguien así, enojado de tiempo completo, es un ser frágil que se siente fácilmente maltratado. A veces puede estar relacionado con historias personales de maltrato o con alguna disfunción cerebral que genera reacciones desproporcionadas de ira. Los pesimistas profesionales no sólo se deprimen; también se enojan más que otros y los propensos al resentimiento tienen un cajón de rencor donde guardan todas las ofensas percibidas, tal vez no todas reales. La sensación frente a un enojón es que hay que andarse con cuidado, tratarlo con pincitas, de puntitas, para no provocarlo.

Nos enojamos como un intento fallido de reparar la percepción de daño. Intento fallido porque perder el control, gritar, insultar, romper, no resuelve nada.

El enojo expresado con autocontrol, con elegancia y mesura, es un arte que tiene que ver con autoconocimiento. Puede ser una herramienta para defender la dignidad, para establecer límites claros en situaciones de maltrato

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